Tras los pasos de la Guerra Civil en Cogolludo, en la Semana Cultural de la villa ducal
sábado 10 de agosto de 2024, 11:36h
Cerca de 200 personas conocieron ayer, de la mano del historiador local César Pérez, los principales eventos acaecidos en Cogolludo entre los años 1936 y 1939, después de una gran labor de documentación en la que resumió toda la información que ha recopilado durante años tras la lectura de diferentes diarios de guerra, publicados en papel y blogs, libros de historia, la escucha de testimonios de veteranos cogolludenses que aún recuerdan aquellos días, y la recopilación de imágenes escalofriantes de la Guerra en Guadalajara, cedidas para la ocasión, fundamentalmente, por la Fundación Sebastián Taberna, que lleva el nombre de un fotógrafo autor de magníficas imágenes de la contienda española.
César también mostró el patrimonio cultural perdido, en este caso, apoyándose en las imágenes del Archivo Fotográfico Tomás Camarillo – Cefihgu.
Como parte de la Semana Cultural de Cogolludo, en una de las calurosas noches de esta semana del mes de agosto, y con la fresca, como se dice en Cogolludo, cuando la temperatura había bajado por fin de los treinta grados, cerca de 200 personas se dieron cita para seguir con una atención extraordinaria, la tercera visita cultural de estas características que se convoca en la villa ducal durante la Semana Cultural. Sin lugar a dudas, la de 2024, dedicada los acontecimientos de la Guerra Civil en la comarca, ha sido la más concurrida de todas ellas.
Las tres han sido conducidas por el historiador local César Perez, hijo de Juan Luis Pérez Arribas, primer cronista oficial de Cogolludo. César es heredero no sólo de sus artículos y ensayos sobre el pueblo, sino también de su interés inagotable por la historia local.
La atención de los cogolludenses a esta iniciativa cultural ha ido creciendo con los años. La primera visita, en 2022, se dedicó a la crónica negra de Cogolludo. El año pasado fueron protagonistas las pequeñas historias de Cogolludo, sucedidas en diferentes periodos históricos, tales como el cruel destino sufrido por las familias de judeoconversos, o la tradición y anécdotas taurinas de Cogolludo. También se detuvo entonces César en algunos de los eventos acaecidos durante la Guerra Civil. “Hablando con los asistentes, me propusieron dedicar a ese periodo la siguiente visita. Y así lo he hecho”, afirma Pérez.
Durante todos estos meses, César ha ido recopilando historias e imágenes para componer un relato magnífico, desprovisto de tinte político, “no hay otra manera de ser fiel a la verdad”, asegura, y centrado únicamente en los hechos conocidos.
La visita comenzaba en la plaza de Cogolludo, que se va preparando para recibir los eventos taurinos del 2024. Allí, Pérez puso en contexto cómo fue el inicio de la Guerra en Guadalajara. En los primeros meses, el frente quedó establecido muy cerca de Cogolludo. La villa ducal quedó en territorio controlado por el ejército republicano, y se convirtió en uno de sus puestos de mando, entre Hiendelaencina, Tamajón y La Toba. Por su parte, los nacionales se hicieron fuertes en la Sierra, en Cantalojas y Galve de Sorbe.
En Cogolludo se establecieron tropas anarquistas, de la CNT y sindicatos obreros, radicalmente anticlericales. Asesinaron a los dos curas de Arbancón. El de Cogolludo huyó para salvar la vida. Saquearon las dos iglesias, la de Santa María y la de San Pedro, causando graves mermas en el patrimonio local.
“Nuestros mayores aún recuerdan como los soldados bajaban los santos de las iglesias, tirando de ellos con sogas, hacia el cuerpo de guardia, que estaba a la entrada del pueblo, en el puente de La Presenta, camino de Membrillera, para utilizarlos como leña para calentarse en aquel invierno especialmente frío”, explicó César.
Establecidas las posiciones, comenzaron las batallas. El ejército sublevado, y su División Soria al mando del General Moscardó y del coronel Ricardo Marzo, tomaron Sigüenza en octubre de 1936.
Unos meses después tuvo lugar la Batalla de Guadalajara, librada entre el 8 y el 23 de marzo de 1937. “Aquella fue una ofensiva a gran escala, con tanques y aviación, y la intervención de las Brigadas Internacionales, por un lado, y los aliados fascistas de los nacionales por otro. En Cogolludo y su comarca hubo escaramuzas para conquistar pequeños pueblos, que eran, en muchas ocasiones, abandonados por un ejército antes de que llegase el otro”, explicó César. Fue el coronel Marzo, el mismo que tomó Sigüenza, quien, como uno más de los movimientos estratégicos de este episodio, entró en Cogolludo el día 11 de marzo de 1937, después de haber pasado la primera parte de aquel invierno combatiendo en Utande y Valfermoso de las Monjas. La toma de Cogolludo se vendió en la propaganda del bando nacional como una victoria épica. “Los periódicos de la época la calificaron de gran victoria, en la que habían muerto más de 200 soldados enemigos. En realidad, fueron sólo cinco”, recordó el historiador. De hecho, César mostró ayer la escalofriante fotografía tomada por el requeté Sebastián Taberna que muestra cómo aquellos cadáveres quedaron expuestos por los vencedores, en la Plaza Mayor, frente al palacio.
Los requetés fueron una organización paramilitar carlista creada a principios del siglo XX. llegando a integrar a más de 60.000 combatientes voluntarios repartidos en 67 tercios que lucharon a favor del bando nacional, con el objetivo de defender la religión católica y oponerse al marxismo.
Una vez conquistado por los nacionales, en Cogolludo llegó a haber en torno a 1.500 soldados, procedentes de la División Soria; requetés, llegados de Pamplona; y los tercios de la Falange, procedentes de Burgos y Soria. En mayo de 1937 comienzan a llegar soldados de infantería mallorquines, de reemplazo.
Además, acuartelado en Veguillas, había un batallón de caballería.
La intrahistoria de Cogolludo, durante la Guerra Civil, se conoce cada vez mejor, gracias a los diarios de guerra que se han publicado recientemente, y a otros, que van apareciendo con el tiempo. Entre los soldados de reemplazo mallorquines estaba un catalán, a quien el inicio de la contienda sorprendió en Mallorca, cumpliendo el servicio militar: Pere Pahisa. Él escribió un diario que se publicó en 2022. Fue presentado en Cogolludo este otoño pasado por sus familiares y aporta muchísimos jugosos datos de lo que pasó entonces. También hay un segundo diario, del párroco Cándido Fernández, cura de los requetés, igualmente publicado recientemente (2017). Cándido fue acogido en Arbancón por las hermanas de uno de los párrocos asesinados en el 36. Además, también produjo una numerosa literatura epistolar, fundamentalmente de cartas escritas a su familia, cuyos textos también son de gran interés histórico. Cándido corrió peor suerte que Pere. Encontró la muerte en Gandesa (Tarragona), en un bombardeo el 22 de agosto de 1938. Tenía sólo 25 años, mientras que Pahisa murió, casi centenario, en el año 2013, después de haber vuelto muchas veces a Cogolludo. Cesar recordó cómo el párroco atendió a un condenado a muerte, acusado de traición, en sus últimas horas, según explicaba en su diario. “Permaneció toda la noche con él, escuchándolo, hasta que se quedó dormido. El cura permaneció en vela toda la noche. Lo fusilaron al amanecer, en la pared del cementerio”, contó el historiador.
César ha ido completando toda esta información con la lectura de más diarios de requetés y de falangistas que pasaron la guerra en Cogolludo, publicados en blogs. Pero también documentándose con textos del otro bando. “De la otra parte, se sabe menos sobre su presencia en Cogolludo”, explica César. Un texto de referencia son las memorias del general Cipriano Mera, responsable del IV Ejército republicano entre los años 1937 y 1939, que estuvo en el frente de Cogolludo. También tienen especial interés las de Juan Antonio Gaya Nuño, que vivió la Guerra Civil como combatiente republicano en el frente de Guadalajara. Como los otros dos, durante este tiempo fue anotando en una pequeña libreta la crónica de los acontecimientos que presenció y padeció. Al acabar la contienda fue encarcelado y el manuscrito permaneció oculto, habiéndose publicado también recientemente. Gaya Nuño cuenta, por ejemplo, que formó parte de un destacamento de seis personas, en Alcorlo, cuando estaba en zona republicana, y que, gracias a central hidroeléctrica que allí había -la fábrica de la luz, como la llamaban en Alcorlo-, electrificaron una valla con 40.000 voltios para proteger aquella parte del frente del acoso del bando nacional.
A partir de marzo de 1937, los republicanos se hicieron fuertes en Montarrón, Aleas y Romerosa. Su cuerpo de mando estaba en Beleña. Desde allí hacían frecuentes visitas al frente, para espolear a las tropas. Por el bando republicano, se calcula que podría haber en torno a 800 soldados en el entorno de Cogolludo.
Cada vez que se planteaba un ataque para romper las líneas enemigas, llegaban refuerzos. Así, por Cogolludo, y en diferentes periodos, pasaron los regulares de Ifni y soldados alemanes e italianos. Pese a todo, hasta el final de la Guerra, la línea del frente apenas se movió en la comarca. Sólo hubo una única rectificación de líneas, cuando las tropas nacionales tomaron el conocido como Monte Trapero, una posición estratégica, en Jócar, frente a Aleas y Romerosa. La escaramuza tuvo lugar la noche del 25 al 26 de agosto de 1937. Fue una batalla dura, con numerosas bajas. “Se calcula que murieron 200 soldados, 50 por el bando nacional, y 150 republicanos”, contó el historiador. El coronel Marzo hizo retroceder las líneas republicanas, hasta Aleas y Romerosa.
Los soldados combatían, pero también había muchos periodos de calma, en los que, por las noches, hablaban entre ellos y se contaban las novedades y noticias de su lado. Los republicanos, por ejemplo, informaron al bando contrario de la muerte del general Mola, un alto mando nacional, “para desmoralizarlos”, o les ponían una gramola con música, para demostrarles que la tenían. Unos y otros se preguntaban si había soldados de su pueblo en el enemigo. “Parecen historias de ficción, pero son reales, tal y como nos cuentan los diarios”, explica César.
Pere Pahisa utilizaba una caja de municiones como escritorio. Su hija, Montserrat Pahisa, conserva la carpeta donde guardaba sus diarios. La compró en la librería papelería Las Heras, Artes Gráficas, de Soria, que todavía existe. Los soldados permanecían en los parapetos del frente una semana, y luego volvían a descansar otros cuatro o cinco días, por turnos. No había mucho que hacer, así que, para hacer más liviana la situación, escribían. Pere Pahisa contaba que los domingos se juntaban para jugar al futbol. Para ello, improvisaron dos campos, uno en Cogolludo y otro en el Monte Trapero. También cuenta el catalán cómo construían las casamatas donde tenían que pasar las noches del frente, y cómo las fueron perfeccionando y mejorando con comodidades suplementarias mientras avanzaba la guerra. “Al final, a algunas sólo les faltaba la luz”, explicó César.
Los dos bandos se bombardeaban con frecuencia. Los republicanos, tenían la artillería en Montarrón. Desde allí, atacaban Cogolludo. Aun hoy se puede seguir el rastro de algunas de las explosiones. Desde Cogolludo, frente a lo que hoy es el bar Saboya, a la entrada del pueblo, los nacionales también cañonearon las posiciones republicanas hasta tal punto, que los tres pueblos, Romerosa, Aleas y Montarrón, quedaron destruidos. Los últimos, formaron parte de las regiones devastadas, y fueron reconstruidos. Romerosa quedó deshabitado para siempre.
La visita, después de contextualizar la época en la Plaza Mayor continuó por la Iglesia de Santa María. Allí, César expuso dónde estaban las reliquias que fueron destruidas: el retablo, las imágenes y el órgano de tubos. Más tarde, en la Iglesia de San Pedro, cuyo interior parece estar detenido en 1939, y concretamente sobre el muro norte de la iglesia y bajo una de sus famosas pechinas, César proyectó algunas impresionantes imágenes de época, tanto de diferentes fotógrafos de aquellos años como del Fondo Camarillo, tomadas, estas últimas, antes de la contienda. Así, los visitantes pudieron contemplar cómo era el interior de la iglesia de Santa María, antes de la Guerra. Muchas de las fotos son de Sebastián Taberna, un fotógrafo requeté que entró en Cogolludo el 11 de marzo con las tropas nacionales, bien conocido por sus imágenes de la Guerra Civil. “Tienen una calidad artística y técnica extraordinaria”, contó César. Pero también el cogolludense había hecho acopio de otras muchas imágenes, de grupos de requetés posando, en diferentes lugares del pueblo que los visitantes pudieron reconocer perfectamente, por los monumentos o por los rótulos de las tiendas que las contextualizan. “Nos las ha proporcionado Pablo Larraz, miembro de la fundación Sebastián Taberna, y son inéditas, puesto que no tienen interés para alguien que no sea de Cogolludo o familiar de los soldados”, explicó César.
Allí mismo, en el interior de la Iglesia de San Pedro, César contó que, aunque ya no era frecuente el culto en ella ya en 1937, sí acogía festividades como la de Santa Águeda. “El ejercito republicano la convirtió en su cuartel general, y cocina”, explicó. La pérdida más grande, en este caso, fue la de un conjunto escultórico, del siglo XVI, que representaba el Santo Entierro, a tamaño natural. Gracias a la labor de Tomás Camarillo, y ahora a la generosidad de su Fondo, los cogolludenses pudieron ver cómo fue.
La visita continuó por la calle Labradores, donde el historiador mostró diferentes utensilios de guerra: palas que utilizaban los soldados para cavar las trincheras, el casco perdido de un soldado nacional, cartucheras y balas recuperadas del campo de batalla. En la plaza de la Fuente de Abajo, César ubicó la mayor parte de las fotos que se tomaron el 11 de marzo de 1937. “Llegaron allí, pensando que era la plaza del pueblo”, aclaró. Después de subir por la cuesta de Salcedo, ya de vuelta en la Plaza Mayor, llegó el momento de contar el final de la contienda.
En marzo del 39, el frente seguía inmóvil, con las mismas posiciones del ya lejano 11 de marzo del 37, con la sola modificación del Monte Trapero. “Cuando se anuncia la rendición de las tropas republicanas, se les ordena que entreguen las armas en una caseta de camineros, en la carretera que une Beleña con Torrebeleña. Allí abandonaron sus fusiles, que acabarían formando una montaña. Los soldados locales, regresaron a sus pueblos. El resto, quedaron recluidos en la Iglesia de San Pedro, ahora constituida como cárcel. Se les preguntaba por su origen. Y los que no tenían filiación política conocida, volvían a sus casas. El resto fue trasladado a la cárcel de Guadalajara, corriendo peor suerte”, contó.
En total, en aquellos años, murieron en torno a 300 soldados. “Pere Pahisa dice en su diario que hubo meses en los que era más mortal el tifus que las balas”, señaló el historiador. En 1939, Cogolludo estaba en la miseria, con tres años de baldío en sus campos, y sin gente joven para trabajarlos, puesto que todos estaban en el frente. Rosendo Fernández fue el primer alcalde de Cogolludo después de la Guerra. “Era mi abuelo. Corrían tiempos difíciles, y lo dejó en cuanto pudo, quedándose tan sólo como encargado del Palacio de los duques de Medinaceli”, terminó Cesar.
Después de cerca de dos horas de paseos y explicaciones ilustradas del historiador, se llevó una larga y merecida ovación del público. Habrá una cuarta visita cultural el año que viene. César ya está pensando el tema.