Hasta el buscador más utilizado del mundo ha dedicado un ‘doodle’ a la escritora e inventora española. También las redes sociales se han volcado con su aniversario, aunque todo es poco para Ruiz Robles, la primera persona que, según nuestra historia, se preocupó de que los más pequeños no acudiesen cargados de libros a clase.
Ángela nació en Villamanín (León) en 1895, y murió 80 años después en Ferrol (A Coruña). Alcanzó la fama entre 1944 y 1949 al presentar varios proyectos que, aunque no terminaban de encajar en su época, se ganaron el respeto de los entendidos.
Una de sus muchas ideas fue el ahora recordado atlas científico-gramatical, con un sistema algo complejo con el que solo pretendía dar a conocer España a través de su gramática, sintaxis, morfología, ortografía y fonética. Tras esto, se atrevió a desarrollar su propia máquina taquimecanográfica para, en 1949, sacar a la luz la popular enciclopedia mecánica. Este invento la catapultó a los anales de la historia como la precursora del libro electrónico. El de ésta época contaba con varias partes, por ejemplo, en una de ellas llevaba una serie de abecedarios automáticos en todos los idiomas y, al presionar, se presentaban las letras deseadas formando palabras, frases y textos completos.
También contenía dibujos lineales e incluso en la parte inferior de los abecedarios se colocó un plástico para escribir, hacer operaciones o, en su defecto, dibujar, aunque esto no era lo más efectivo, ya que la enciclopedia daba la posibilidad de colocar los libros para leerlos en cualquier idioma.
Todo parecía cuadrar en la cabeza de esta inventora, pues tanto autores como editores aminoraban el coste de sus obras al no necesitar encuadernado. Ni que decir tiene que el ejemplar quedaba impreso en apenas una tirada, por lo que, sumado a la necesidad de aligerar el peso de las carteras de los más pequeños, el invento se hacía del todo atractivo.
Pese a esto, ninguna empresa se animó a comercializarlo. Ruiz Robles también ha sido señalada como una de esas mujeres valientes que, adelantadas a su tiempo, lucharon por los derechos de las mujeres. Ella misma dirigió todo el proceso de elaboración de la enciclopedia en el Parque de Artillería de Ferrol (A Coruña). No se rindió pese a la negativa de la industria, pues estaba empeñada en hacer del mundo de la pedagogía y la didáctica una realidad que en una época tan gris, después de las guerras, no tenía mayor futuro que el desarrollo propio de los acontecimientos.
Pese a ser reconocida en nuestro país con la Cruz de Alfonso X el Sabio, además de la Medalla de Oro y Diploma en la I Exposición Nacional de Inventores Españoles y el Lazo de la Orden de Alfonso X el Sabio por parte del Ministerio de Educación Nacional, la historia no le ha colocado en el lugar que se merece. Una pionera, una mujer que llevaba su país en lo más profundo de su ser. De hecho, nunca quiso explotar sus patentes porque quería que fueran desarrolladas en España, a pesar de las astronómicas cifras que se le ofrecieron en la época.
Ojalá hubiese existido una empresa como Amazon, o Apple, a la española. Incluso alguna editorial hubiese tenido las miras suficientes para dotar de la importancia que se merecía a tal hallazgo que, de seguro, hubiese reconvertido el panorama editorial hasta límites insospechados. Algo que, desgraciadamente, hemos tenido que esperar demasiado para ver. Y de qué manera…