Talado, transportado y plantado por en torno a una treintena de mozos, permanecerá en el Corralón de Fuentenovilla hasta el próximo día 31 de mayo
Redacción | Miércoles 04 de mayo de 2016
La villa alcarreña de Fuentenovilla ha vivido uno de los momentos más emotivos del año, con su tradicional fiesta de los mayos. Por muchos años que pasen, los fuentenovilleros esperan y viven, respetando las costumbres de antaño, esta celebración popular en la que hay hueco para la música, la religiosidad, la exaltación de la juventud y la repostería.
A partir de las seis de la tarde del día 30 de abril, mozos, y no tan mozos, encabezados por los quintos del año, es decir, quienes llegan a su mayoría de edad en 2016 que este año fueron tres y chicos y una chica, bajaron a la chopera del paraje conocido como el 'Huerto del tío Jesús'.
El hecho despertó una enorme expectación local, y fueron muchos los que acompañaron a los mozos al lugar elegido este año para la tala. Una vez allí, a la antigua usanza y de acuerdo con las preferencias de los quintos, se eligió un árbol, derecho como una vela, de en torno a veinte metros de estatura. En un periquete, la fuerza de la juventud lo echó abajo, siempre siguiendo los sabios consejos de los mayores sobre el mejor lado para vencerlo.
Es tradicional que ese día los quintos preparen una limonada con la que invitan, refrescan e infunden ganas adicionales a quienes participan de la acción de la corta, transporte y plantación del palo.
Una treintena de ellos lo cargaron a hombros, para cubrir el kilómetro escaso que distaba el lugar de la corta del Corralón, donde se iba a plantar. Una vez allí, llegaba el momento clave. De acuerdo con la forma de hacer en Fuentenovilla, utilizando cabrillas, u horquillas, y cuerdas, el mayo, poco a poco, se iba erguiendo hasta recuperar la verticalidad que había perdido hacía menos de una hora.
Con un maestro de ceremonias que iba indicando a los mozos lo que había que hacer en cada momento, ya fuera tirar de las cuerdas de un lado o del otro, ya fuera insertar las cabrillas y recorrerlas cada vez más cerca de la base, el palo, por fin, miro cara a cara a la torre de la Iglesia, distante sólo unos metros del lugar en el que se planta.
Exhaustos, los fuentenovilleros apuntalaron su trabajo, y se fueron a cambiar, puesto que esperaba la segunda parte de una noche preciosa, como es la del primero de mayo. A las doce, según la costumbre local, el pueblo se acercó a la puerta de la Iglesia, y allí, con la Picota a la espalda, le cantó los mayos a la Virgen.
Según la costumbre, los fuentenovilleros se dirigieron entonces a la puerta de la alcaldesa de Fuentenovilla, Montserrat Rivas. Allí cantaron la primera de las cuarenta rondas que se escucharon esa noche. Rivas obsequió los cánticos con abundante degustación de bollos y de moscatel.
A partir de ahí, y hasta bien pasadas las tres de la madrugada, la alegría fuentenovillera fue de barrio en barrio, sin parar, hasta que no quedó puerta en la que viviera una moza sin rondar. No llegó la cosa a tanto como hace sólo unos años, cuando las últimas coplas se cantaban ya con sol, de manera que los mozos terminaban desayunando churros con chocolate.
En la mañana del día primero de mayo, los mozos salieron de nuevo de casa en casa a cobrar el mayo. Cada vecino ofrece la voluntad, y, con ese dinero, se organiza una comida en la que la juventud invita a a familiares y a quienes han colaborado en la fiesta o cantando durante la noche.
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