ALMA CORAZÓN Y VIDA

Almiruete hizo pan y bollos para celebrar el Día de la Colación

Redacción | Martes 10 de mayo de 2016
Es una tradición recuperada por los almiruetenses a mediados de los noventa

La localidad de Almiruete ha celebrado este fin de semana el Día de la Colación, una tradición que antiguamente los vecinos hacían coincidir con una romería hasta la Ermita de la Virgen de los Enebrales, “según le hemos oído siempre a nuestros mayores en agradecimiento por haberles librado de alguna epidemia, probablemente de peste”, explica Miguel Mata, alcalde pedáneo del lugar.

La costumbre era la de hacer pan, tortas y magdalenas, acompañarlas con queso y vino de la tierra, y degustarlos en la misma romería. La organización corría a cargo de una cofradía de vecinos, “a la que no todos los almiruetenses pertenecían, sólo quienes querían”, sigue Mata, aunque invariablemente llevaran pan, queso y vino a los mayores y en general a quienes no podían, por cualquier circunstancia, cocerlo o recogerlo. Pasado un tiempo, el Día de la Colación, dejó de hacerse en la Ermita, “porque al olor del pan, aumentaban los devotos”, bromea Mata, cambiándose el lugar de la celebración por el propio pueblo de Almiruete.

El horno, en su actual emplazamiento, donde se ha celebrado la fiesta este pasado fin de semana, se construyó en hacendera hacia el año 1941, aunque para esas fechas para la tradición había ya dejado de celebrarse. Mediados los años noventa, Almiruete recuperó el Día de la Colación, como antes había hecho con las botargas y mascaritas del carnaval. Se programó en el calendario siempre en el sábado más próximo al día 8 de mayo. También era este un día de celebración en la localidad. Después de la Misa y la procesión, la costumbre era la de subastar “las rosquillas del ocho de mayo”, quedando la recaudación a disposición de la parroquia.

Los almiruetenses, con el mimo que suelen, han repuesto todos los útiles necesarios para hornear el pan y los bollos. Artesas, palas, “hurguleros”, máquina de heñir, moldes, balanza de platillos… No falta detalle. El Ayuntamiento de Tamajón ha colaborado con la completa restauración del horno, localizado en la Cuesta del Pilar, de manera que su porte, con cubierta de pizarra que guarda en su interior el horno original, es ahora tan bonito como práctico, con dos estancias, una que hace las veces de leñero y cenicero, y la sala de cochuras, en la que está el horno, el original del año 41, y donde se elabora el pan y el dulce. Antiguamente, cada familia se hacía su pan durante todo el año. Había un responsable de guardar el turno, que tenía la llave de la instalación así como el reciento para empezar el horneo del día siguiente. Cada clan pagaba una peseta por cocer con la que se mantenía la instalación.

A lo largo de la semana pasada, los almiruetenses comenzaron a precalentar el horno, para sacarle la humedad del invierno. Desde el jueves, ya albergaba haces de leña seca recopilada de la limpieza de los caminos, de manera que su combustión fue aportándole entusiasmo a las paredes de adobe, de prácticamente treinta y cinco centímetros de grosor. El día de la celebración, el pasado sábado, a las cinco de la mañana, los almiruentenses comenzaron a amasar el pan, mezclando con sus manos el agua, harina, sal y levadura. Una vez hecho esto, y respetando el proceso de fermentación de la masa, de entre hora y media y dos horas, trocearon la masa a razón de kilo por pieza. Para hacerlo con precisión, los 'panaderos' cuentan con una balanza en la que a un lado colocan los panes, y al otro un pedernal, hecho a medida de los platos, que pesa exactamente lo necesario, para lo cual ha sido convenientemente limado.

Después, la bola de masa ha de pasar veintiuna veces por los cilindros de madera de la máquina de heñir “doblada o torcida para que se sobe bien, homogeneizarla y quitarle los posibles grumos de la harina que pudiera tener”, explica Mata con precisión.

Sobre una mesa de madera limpia, los almiruetenses, relevándose en las tareas, le dieron forma al pan. Unieron los bordes en el centro, de manera que las terminaciones quedaran abajo, para darle lustre a la cara vista. Aplastaron la base se aplasta sobre la mesa y extendieron la bola para darle forma circular. Con cuidado, depositaron las piezas de pan sobre un tablero, hasta que se acabó la masa. Quedó una pequeña parte para cocer los “pipis” o pájaros de pan y las tortas de chicharrones.

El resto se cubren en hileras sucesivas con tendidos o sábanas y mantas, para conservar el calor y favorecer la segunda fermentación. En blando, cada uno fue marcado con el cuño o pintadera, distintivo de cada familia. Son muchas las que las conservan. En ese tiempo, el pan agrieta y crece. De manera simultánea, se debe preparar el horno. A la media hora de terminar de acondicionar la masa, se enciende, siempre con leña seca. Tarda aproximadamente dos horas en quemar la leña que tiene, llegando a adquirir una temperatura en su interior de quinientos grados. El amasado y moldeado del pan, se deben acompasar con la combustión, de tal manera que, cuando el pan está a punto, el horno también. “Mi madre decía que si alguno de los dos tiene que esperar, que sea el horno y no la masa”, sigue Mata.

Cuando llegó el momento, los panes, aún blancos, estaban en su punto justo de fermentación, y el horno, a 300 grados, donde fueron depositados con una pala metálica. En total, los almiruetenses cocieron treinta y seis, en una sola hornada, colocada en dos filas centrales y otras dos laterales. Al final del proceso, se sacaron en el mismo orden, para evitar que ninguno se quemase. El tiempo ideal de cocción es de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco minutos. Al mismo tiempo se hornearon las tortas y los “pipis”.

Con tortas y panes ya cocidos y bien ordenados en una artesa de madera, lo último fueron las magdalenas. La masa de los pajaritos es la misma, pero no la de los bollos, cuyas proporciones son secreto de repostera. Las tortas de chicharrones se hacen con manteca derretida, masa de pan, y azúcar, según explica Rosa Serrano, una de ellas. Las magdalenas llevan huevo, azúcar, harina, anises molidos, raspadura de limón y de naranja, y aceite. Para hacerlas, se baten las claras a punto de nieve y, por separado, las yemas con azúcar. Luego se añade el resto de los ingredientes, incluido “el “gasificante” o 'armisen', y la levadura”, explica su hermana Cristina. En poco más de un cuarto de hora, estaban listas.

La costumbre es que después de comer, pan, queso, vino y limonada, y bollos y chocolate, se repartan entre los asistentes, como así hicieron los almiruetenses en la tarde del sábado. El alcalde de Tamajón, Eugenio Esteban, acompañó a los vecinos en la celebración, felicitándoles una vez más por ser celosos guardianes “de nuestras tradiciones y costumbres, por lo que para el Ayuntamiento fue un placer colaborar en la rehabilitación de un horno, que no puede estar en mejores manos”.

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