En el segundo concierto de un ciclo con el que Bell ´Arte Europa acerca al auditorio de Ibercaja la música clásica en el que además, estrenó la obra de Carlos Cruz de Castro 'Treno por Rafael Orozco'
Redacción | Miércoles 26 de octubre de 2016
El pianista veneciano Brenno Ambrosini llevó ayer hasta Guadalajara su admiración por Beethoven, dejando patente el mensaje poético que ha construido en torno a la obra del genio alemán después de años de estudio de su obra.
La relación con Beethoven de Ambrosini se puede definir como “un amor que procede de la niñez”, explicaba el artista poco antes del concierto. Era el compositor favorito de su padre, un gran aficionado a la ópera y a la música clásica. “Nací y me crie en un ambiente en el que las notas de las sinfonías volaban por la casa procedentes de los antiguos vinilos”, recuerda. Pese a no tener antecedentes de otros intérpretes en su familia, aquel caldo de cultivo está sin duda hoy en la generosa fertilidad creativa que ha alcanzado el veneciano.
Lo que realmente emociona al artista del compositor es la arquitectura y la fuerza de su música. “Beethoven es una especie de demiurgo. Sus partituras dejan entrever todos los vicios y virtudes de la raza humana, que transmite con una potencia increíble. Es un revolucionario. Armónicamente, desde sus comienzos, fue un extremista. Quizá por eso me gusta tanto, porque va con mi carácter”, define.
Sin embargo, Ambrosini no cree que el formulismo de pianista beethoveniano le defina. “Las etiquetas hacen la vida más fácil, porque necesitamos encasillar las cosas para no perdernos, pero no responden a la realidad. Lo que sí se puede decir es que soy un amante de Beethoven y que sigo una especie de tradición beethoveniana que procede de mi escuela pianística de interpretación”.
En el concierto de ayer en el Centro Cultural Ibercaja, Ambrosini interpretó las que para él son las dos mejores sonatas para piano del compositor, también como homenaje al profesor y pianista, Wilhelm Kempff. “Él decía a sus alumnos que la Op. 111 es el Everest para cualquier pianista que se acerque a Beethoven, pero también que la Op. 32 es como el K2, más bajito, pero más difícil de escalar, con grandes peligros en su ascensión”, contaba Ambrosini.
Tanto una como otra son dos concepciones grandiosas de la música para piano pertenecientes a su segundo periodo creativo. En el caso de la 'Appassionata', la música es “grandiosa, titánica”, mientras que la melodía de la Op. 111, es lo contrario. “Cuando compuso la 'arietta', el segundo y último movimiento de la sonata, ya no continuó la composición de una sonata en cuatro movimientos. Dijo que no podía escribir más para piano, por lo que la considero su testamento poético. Percibo en ella que se ha despegado del mundo material, ya cerca de su muerte”, explicaba ayer el intérprete. Quizá por eso, el pianista dice que cuando se llega a la cénit de la 'arietta', “uno despega, ya sea tocando o escuchando”.
En cuanto a la dificultad técnica de las obras, el pianista explicaba que quizá la principal es que se trata de partituras limpias, muy claras, en las que el espectador percibe cualquier fallo, “algo que no ocurre que con otros autores románticos y postrománticos, en los que entre armonías, millones de notas y mucho pedal, se pueden encubrir los errores”.
Sin embargo, con todo, para Ambrosini, lo más difícil de tocar Beethoven, es mantener la concentración y la tensión desde la primera a la última nota porque “de otra manera, se desmoronan la forma y el mensaje”. Precisamente ese legado es lo que más preocupa a Brenno como intérprete. “Los pianistas también tenemos una idea, un mensaje, y utilizamos una partitura y el piano para transmitirlo”. Según el veneciano, al igual que un pintor utiliza un lienzo o un escultor el cincel y el mármol, el pianista también es un creador. “A través de las notas, transmite su propio mensaje. Si escuchamos las infinitas versiones de esas dos sonatas, está claro que descubrimos mundos totalmente diferentes. El mundo de Edwin Fischer o de Artur Schnabel es totalmente diferente de la atmósfera sonora de Kempff, Backhaus o de Alfred Brendel en su primera etapa, o de la que generamos los pianistas actuales”.
En cualquier caso, Ambrosini se condujo ayer en Ibercaja como postulaba su maestro. “Beethoven llegó a afirmar que se puede escapar alguna nota en la interpretación, eso es perdonable, pero no expresar ningún mensaje, eso no tiene perdón”. Con su habitual virtuosismo, el pianista italiano dejó bien claro ayer en el Auditorio de Ibercaja cuál es su concepto de la música del genio alemán, como demostró la larga ovación del público.
El concierto se completó con dos obras más, de un cariz completamente distinto. Ambrosini eligió para empezar el concierto la 'Variationen', de Anton Von Webern, una obra dodecafónica compuesta en 1936. Esta Op. 27 fue de las primeras partituras de este género que interpretó Ambrosini en su carrera. Además, y entre una y otra sonata de Beethoven, el pianista estrenó un tema recién compuesto, el homenaje que Carlos Cruz de Castro ha escrito con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de otro gran pianista, el español Rafael Orozco. El 'Treno por Rafael Orozco' es “una música de vanguardia, llegando al minimalismo”, según la definió el concertista.
Después del dúo soprano-piano de Irina Tymchuk y Bernadetta Raatz, el concierto de Ambrosini fue el segundo del ciclo que la Asociación Bell´Arte Europa ha programado en colaboración con el Centro Cultural Ibercaja. El día 28 de noviembre el ciclo finalizará con un recital que correrá a cargo de Agata Raatz, al violín, y Marcin Fleszar, al piano.
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