Redacción | Miércoles 22 de octubre de 2014
Todos hemos pasado cientos de veces sobre el elegante puente sobre el Cifuentes, y contemplado desde él la desembocadura del río que sacia la sed de Trillo en el Tajo, pero sólo unos pocos conocen su historia. Se construyó entre el invierno y la primavera del año 1951. Lo diseñó Eugenio Bodega, uno de los últimos canteros de la saga de burgaleses, originarios de Valle del Mena, que se afincaron en Trillo en el siglo XVIII.
Hasta entonces, había un puente de madera que daba paso a un muladar en el que los trillanos arrojaban los desperdicios de la comida, las cenizas de la lumbre y las inmundicias. Siendo alcalde de Trillo Bernabé Mayoral, el gobernador civil de Guadalajara concedió una subvención de 40.000 pesetas para construirlo.
Inicialmente no se pensó hacerlo de piedra, “pero en aquellos años también nos tocó vivir una gran crisis”, recuerda Gregorio Bodega, hijo de Eugenio y uno de sus constructores. Apenas había trabajo y, en los intervalos entre la edificación de uno y otro pabellón del Sanatorio Leprológico, los Bodega, tallistas de Trillo, pasaban temporadas con “poco que hacer”, recuerda.
En la cantera de arenisca de El Ventorro había un retén de material, “en previsión de que el Estado pudiera sacar un nuevo presupuesto para continuar las obras, pero sin ninguna seguridad”, explica Gregorio. La orden no llegaba y Eugenio empezaba a desesperar. Por eso, cuando el contratista les adjudicó la obra, decidió emplear la piedra que se acumulaba en el yacimiento, “para devolverle la actividad y también para rematar como a él le gustaba el puente, aunque quedara menos margen económico”, recuerda Gregorio.
Para extraer la piedra, se realizaban voladuras controladas en las vetas de la cantera. Los dinamiteros enterraban el explosivo a la profundidad necesaria, que podía bajar hasta los cuatro metros, y se apartaban para evitar la onda expansiva. La explosión fragmentaba la arenisca en bloques de cincuenta o sesenta toneladas de peso, que los peones debían empequeñecer con cuñas, picas y macetas hasta convertirlos en unidades manejables con unas medidas previamente convenidas, según la obra de la que se tratara. “Ramón Pascual era el mejor en ese trabajo”, recuerda Gregorio. En unas parihuelas, los cuarteadores, las transportaban hasta el taller donde Timoteo Batanero, que había aprendido el oficio del propio Eugenio, y Francisco y Gregorio Bodega las transformaban progresivamente en dovelas, salmeres, claves o piedra para mampostería.
Para ello, tenían que angular la deformidad con la que llegaban al taller, desalabearlas. “Desalabeabas, buscabas una cara y, a partir de ella, se trabajaba la piedra con regla, escuadra y un descafilador, un puntero especial, hasta dejarla fina, bien rematada y con el tamaño necesario”, dice Gregorio. Si había fallos, las piedras no se tiraban, se utilizaban para engrosar los muros de mampostería.
Cuando por fin recibió el encargo, el viejo maestro cantero tomó las medidas y dibujó en unas plantillas el diseño del puente, que concibió en tres arcos de medio punto. “Mi padre había construido muchos otros parecidos. Tenía conocimientos de geometría y cálculo. Antes de empezar, sabía el número de piedras que se iban a necesitar”, dice Gregorio.
Gregorio, Timoteo y Francisco se afanaban en el taller en labrar las dovelas, que son cada una de las piedras vistas del arco a excepción de las dos que tocan con la pared o capitel en la parte baja del arco, o salmeres, y la que soporta el equilibrio entre uno y otro lado, que es la clave. “Fabricábamos entre cinco y seis dovelas diarias por cantero”, recuerda.
Al tiempo que Francisco Ochaita construía las cerchas de madera necesarias para sujetar la construcción, se cimentaba el puente, desecando las orillas y cavando dos hoyos de dos metros a pico y pala, que luego se rellenaron de piedra y hormigón. Con la estructura de madera lista para empezar la obra, Eugenio y Eusebio Bodega ajustaron con milimétrica precisión el trabajo de la cantera a los planos salidos de la mente del maestro constructor hasta lograr los tres perfectos arcos de medio punto sobre los que hoy pasamos sobre el Cifuentes sin darle mayor importancia.Se tardó aproximadamente cuatro meses en construirlo, desde primeros de año, hasta el mes de abril del año 1951.
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