OPINIÓN

Las Infantas y el privilegio de las vacunas

Jueves 04 de marzo de 2021

La monarquía es el fundamento del principio aristocrático: una prerrogativa vinculada exclusivamente al nacimiento, a la cuna. Nada más contrario a las ideas de igualdad, de promoción basada en el mérito y de elección por consenso mayoritario, que definen una democracia.

Quizá en otros tiempos ser rey era más fácil. Los súbditos te contemplaban a distancia y los gruesos muros de palacio y los extensos jardines que rodeaban las mansiones reales, podían asegurar mayores ámbitos de privacidad. En definitiva, salvo para el reducido grupo de la corte, el monarca era un gran desconocido para el pueblo.

Hoy, en cambio, en una sociedad excesivamente mediática, la capacidad de influencia social del monarca es mayor que nunca (una palabra bien dicha o un gesto de simpatía oportuno llegan al instante a cualquier rincón del país), pero al mismo tiempo la exposición al escrutinio público es extrema, y por tanto, la exigencia de excelencia, de ejemplaridad, se ha convertido también en extrema, si es que de verdad quieren mantener con vida a la institución.

Sin embargo, ayer mismo saltaba otro escándalo a los que nos tienen acostumbrados los miembros de la realeza española: las Infantas, Doña Elena y Doña Cristina, juzgada ésta última por cooperadora en dos delitos contra la Hacienda Pública cometidos por su marido y condenada a pagar una multa de casi 300.000 euros por su responsabilidad civil a título lucrativo en Aizoon, confirmaban que recibieron la vacuna contra la Covid-19 en Abu Dabi mientras visitaban a su padre. Una visita para la que necesitaron seis escoltas por un importe superior a 33.000 euros, unos emolumentos que han corrido a cargo del presupuesto del Ministerio del Interior. Fue tal el agasajo que les rindió la dictadura árabe que no pudieron negarse ante la insistencia de suministrarles las vacunas. Qué detalle.

Pero no debemos pasar por alto un hecho tan grave como es la razón por la cual el monarca reside en Emiratos Árabes y es que Juan Carlos I “el prófugo” actuó durante su reinado con total impunidad, defraudando al Fisco, debido a una de falta transparencia, leyes obsoletas que impedían la persecución de delitos cometidos por los monarcas españoles y una cultura de pleitesía que ha llevado a partidos políticos, instituciones y a la sociedad en general a mirar para otro lado.

No está claro cómo se vacunaron las Infantas, ya que al parecer, Emiratos Árabes, sólo ofrece vacunas gratuitas contra la Covid-19 a los residentes y ciudadanos, para lo que se requiere además, un carnet de identidad válido. Sea como fuere, lo que queda demostrado que estos miembros de la realeza, no se han parado a pensar en todas esas personas que comparten su misma circunstancia y no pueden visitar a sus familiares de manera regular debido bien a las restricciones o bien porque es arriesgado hacerlo si no se ha recibido aún la vacuna. Y ahí están, esperando su turno como todo el mundo porque sus padres no son reyes.

Sin duda, los mayores enemigos de la Corona están en la propia Familia Real. Nadie está haciendo tanto por su caída como Juan Carlos, Urdangarín y Cristina, Elena, Froilán y Victoria Federica.

Un rey que no se pronuncia ante los sucesivos escándalos y que pretende regenerar a una institución ya en decadencia, apartando a las ovejas negras de la familia sin ningún éxito y guardando silencio ante los sucesivos comportamientos fraudulentos del Emérito como si con él no fuera el asunto, no le conduce más que a perder el favor del pueblo, si es que no lo ha perdido ya.

María José Pérez Salazar, portavoz del grupo de IU en Azuqueca de Henares