En estos días, y hasta finales de abril, se puede ver, en el Espacio Cultural El Molino, la exposición de otro veterano pintor almonacileño, Enrique Sánchez Huerta, que sucede en el tiempo a la de Emilia Martínez.
Nacido en Almonacid de Zorita en 1945, Enrique ha trabajado hasta su jubilación en la presa de Bolarque, como empleado de mantenimiento de Unión Fenosa. Siempre tuvo inquietudes artísticas pero, por su perfil profesional, había pensado en dedicarse a la forja artística, y a fabricar maquetas de barcos. Un cambio de domicilio a Guadalajara, por cuestiones familiares, y el tiempo libre que le quedó tras su jubilación, le inclinaron a cambiar el hierro y la madera por carboncillo primero, acuarela después y, por último, por el óleo.
Como cuando se decidió a empezar a pintar, también ahora tenía cierto reparo en mostrar su arte ante sus paisanos. “Me lo he pensado mucho”, reconoce, al igual que tampoco fue sencillo, para un hombre modesto, como es él, comenzar sus clases de pintura, en el aula de arte Ibercaja, en Guadalajara. “Tenía complejo de pueblo, de paleto”, dice. Pero, muy al contrario de lo que imaginaba, desde el primer momento se sintió arropado por profesores y alumnos. “Entre mis compañeros había médicos o profesores de instituto. Me acogieron como uno más. Y eso cambió mi pensamiento, me liberó”, sigue. Desde entonces, mantiene la amistad y el contacto con muchos de ellos.
Empezó aprendiendo a dibujar el juego de luces y sombras, en blanco y negro, con un carboncillo. “Lo primero que pinté, fue un botijo”, recuerda. Pronto, montó su propio estudio en su piso capitalino, pero siempre con los reparos que implica el uso de disolventes, la necesidad de espacio para pintar, y consecuentemente la obligación de desplegar y recoger el utillaje. Por eso, en Almonacid, donde no tiene las limitaciones que imponen los metros cuadrados, se libera.
Ahora, dedica el tiempo necesario a pintar al óleo, donde ha encontrado el vehículo de expresión que necesita su espíritu noble y sincero. “A veces, la pintura te agobia. En otras ocasiones, te relaja. Y no siempre le dedico el mismo tiempo”, señala. Sin ninguna atadura, simplemente, se deja llevar por la inspiración.
La musa le llega cuando ve una imagen, natural, puesto que compone bodegones que luego reproduce, la encuentra en internet, en revistas de viajes, o rebuscando entre sus propias fotos. Parte de una cuadrícula, para que no fallen las proporciones, “tengo astigmatismo”, cuenta, y después de definir las líneas maestras del dibujo, aplica la pintura, con paciencia y constancia. “Se trata de comerte el personaje, de vivirlo”, resume.
En la muestra que ahora se puede ver en el Espacio Cultural El Molino hay muchos paisajes: de Roma, Venecia, Londres, Paris y Almonacid, bodegones y retratos. Pero, con ser bellos los cuadros, lo más hermoso de la muestra es la lección de cómo un trabajador ha sabido, cuando ha tenido el tiempo libre necesario, encontrar el camino para mostrar públicamente su sensibilidad.
Ahora, Enrique, con una trayectoria artística de quince años a sus espaldas, va virando su estilo hacia el impresionismo. Le gusta el color, y la espátula, y la idea de que sea el espectador el que termine el cuadro con su imaginación. Entre sus referentes están el pintor veneciano Canaletto, o su ídolo, el valenciano Joaquín Sorolla. De esta nueva etapa, también hay alguna muestra en el espacio cultural El Molino.
En total, son cerca de cuarenta óleos sobre tela los que se pueden ver en la que es la primera exposición individual de este almonacileño que nunca ha vendido ningún cuadro, porque “no sabría ponerles un precio, aunque de alguno no me desharía por nada del mundo”, y para quien su mayor satisfacción es ver un trabajo suyo colgado de la pared de la casa de un amigo.
Agradecido al Ayuntamiento de Almonacid por darle la oportunidad, la muestra se puede ver, hasta el día 30 de abril, los viernes de 16 a 20 horas, sábados de 10:00 a 14:00 horas y de 16:00 a 20:00 horas y el domingo de 10:00 a 14:00 horas, con todas las medidas de seguridad antiCOVID.