Viernes 17 de junio de 2022
En el mundo de la guitarra, y muy especialmente en los ámbitos relacionados con la violería, el nombre de Sigüenza es conocido por la inmensa mayoría de profesionales, sean músicos o constructores, y siempre va acompañado del nombre de José Luis Romanillos. Pues en dicha ciudad es donde decidió establecerse el que por muchos ha sido (y es) uno de los mejores violeros del siglo XX, transformando así Sigüenza en una especie de trasunto castellano y guitarrero de la Cremona violinística.
Los nombres de Tordelrábano, Madrigal, Ayora, Atienza, Guijosa… sonaban en su voz con una música especial que tenía aires de evocación de un pasado que formaba parte de su manera de ser ya que, quizás por la añoranza durante tantos años en Inglaterra, llevaba muy dentro de sí la tierra de sus ancestros.
Creo que puedo afirmar sin ninguna duda que Sigüenza es donde José Luis Romanillos alcanzó la culminación de su oficio, pues en el taller de Guijosa desarrolló sus últimos modelos de guitarra y donde unió a sus años de experiencia el bagaje recibido de los instrumentos de grandes maestros como Hauser, Torres o Santos Hernández. Pero aparte de eso, fue en Sigüenza donde desarrolló la que puede ser su tarea más importante: la formación de decenas de guitarreros que, como yo, aprendimos qué es y debe ser una guitarra de estilo español. Y por si eso pudiera parecer poco, su colección de guitarras antiguas dio forma al museo sito en la casa del Doncel.
Las guitarras del maestro Romanillos llevan los rubios rastrojos en la madera de pinabete de sus tapas armónicas y las puestas de sol rojizas en el cedro de sus mástiles, pero también la frescura del arroyo Quinto y el río Henares en el canto de sus cuerdas agudas y la profundidad de la herencia castellana en sus bordones. Siempre me decía que ellos vivían en Guijosa gracias a un ciprés (los guitarreros vivimos movidos por la madera), y ahora los magníficos cipreses del cementerio seguntino custodian su descanso.
El amor de José Luis Romanillos por Sigüenza y su tierra creo que no puede describirse mejor que con sus propias palabras, en un poema que escribió en 1999 y que lleva por título Atardecer en Guijosa:
Muere el día. Pasa el sol
y en su pos deja su brillo
sobre el vetusto castillo
dando al campo tornasol.
Hay color en la chopera.
La sombra cuaja en la umbría
que cae con melancolía
sobre el valle en sementera.
El cielo color de rosa
resalta al atardecer
ya a punto de fenecer
sumiso sobre Guijosa.
Joan Pellisa
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