Redacción | Miércoles 26 de julio de 2023
Pese a la creencia popular, los campos de concentración en la España de 1939 eran más comunes que las universidades. De hecho, para el final de la guerra, aproximadamente el 4% de la población española se encontraba recluida en uno de ellos, una proporción mayor que las personas con carrera universitaria en la actualidad. El paraje conocido como Casa del Guarda, donde este verano se ha llevado a cabo la segunda intervención arqueológica por parte de un equipo interdisciplinar encabezado por los doctores Alfredo González Ruibal y Luis A. Ruiz Casero, escondía hasta hace poco un pasado oscuro que culminó con su uso como campo de concentración franquista, uno de los más importantes de la provincia de Guadalajara, pero no el único.
En julio de 1937 se crea la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros, ya que el sistema empezaba a prever la clasificación y separación de opositores y desafectos en dos grupos: aquellos que habían sido acusados y juzgados por un delito, y los que, aun no habiendo sido juzgados, eran tenidos por desafectos o afectos dudosos y que pasaban a formar parte de los conocidos como “Batallones de Trabajadores”. Esta clasificación determinaría la historia del entorno de la Casa del Guarda durante los años posteriores.
La primera mención que se hace a la Casa del Guarda en los documentos oficiales corresponde al 3 de julio de 1938, cuando llega al lugar la primera unidad de Trabajadores Prisioneros. Un total de 305 personas que hicieron del entorno su lugar de reclusión, mientras alternaban intensas jornadas de trabajo con duras condiciones de descanso. Así funcionó el resto de los meses que duró la guerra, como campamento de trabajadores prisioneros, alternándose distintos batallones, pero siempre bajo unas mismas pésimas condiciones, como así nos relatan algunos testimonios dejados por los propios presos. Sin embargo, tras la caída del frente de Guadalajara, el 28 de marzo de 1939, el aluvión de rendiciones en el ejército republicano hizo que la Casa del Guarda se convirtiera en un verdadero campo de concentración, como así se refieren a él los documentos franquistas, llegando a albergar a un total de 5.000 personas en sus atestados barracones. Esta situación se alargó algunas semanas, hasta que los prisioneros fueron trasladados a los campos de concentración habilitados ex profeso para esta labor, sobre todo en el área gallega.
Las dos intervenciones arqueológicas que se han llevado a cabo en la Casa del Guarda han puesto de manifiesto cuestiones que, muchas veces, los documentos pasan por alto. De las 49 estructuras documentadas en el campo de prisioneros, destacan por abrumadora mayoría los barracones semi-excavados en el suelo, de los que se han intervenido arqueológicamente varios. Estas estructuras, alargadas y medio enterradas no tenían un techo consistente, ya que no han quedado restos de ello, por lo que podrían estar cubiertas por poco más que lonas, como se ha visto en otros ejemplos. Su interior no era menos precario; la fría y húmeda tierra hacía de suelo, del que se recuperaron gran cantidad de latas de conserva, de leche condensada y algunos huesos del escaso rancho que recibían los allí hospedados. Una serie de hogares excavados en las paredes trataban de calentar un espacio demasiado grande e inhóspito. También se pudo documentar parte de las actividades a las que los prisioneros dedicaban su reducido tiempo libre, como la elaboración de tazas a partir de latas, o la escritura de cartas, en la mayoría de los casos, para la búsqueda de avales que les permitieran salir del encierro.
También se documentaron estructuras, de mucha mejor factura, dedicadas al emplazamiento de puestos médicos y de vigilancia, en los que abunda la munición sin disparar, los elementos de uniforme, los medicamentos y las partes abandonadas de armas. Todo ello olvidado tras la finalización de la guerra y enterrado junto a un episodio que existió y que ahora, gracias a la arqueología, se puede tocar, visitar y aprender de él.
María Ángeles Moreno, teniente alcalde del Ayuntamiento de Jadraque, se congratula de progreso de la excavación y sus descubrimientos. “Conocíamos sólo una pequeña parte de todo lo que está apareciendo. Por eso nos han sorprendido los hallazgos”, señala Moreno. La concejala jadraqueña subraya que la iniciativa “nos ayuda a conocer mejor nuestra historia, en este caso para no repetirla, y a mostrarla a quienes nos visiten, y sobre todo a seguir construyendo democracia sobre los cimientos de la verdad sin tapujos que descubren los investigadores”.
La excavación la promueve el Instituto de Ciencias del Patrimonio, del CSIC, y cuenta con financiación del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática.
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