Los agalloneros prueban los chorizos de la matanza
miércoles 17 de febrero de 2016, 11:53h
En torno a medio centenar de personas compartieron la segunda parte de la fiesta de la matanza convocada a primeros de año en Tamajón, en esta ocasión para probar el embutido y para comer otro de los platos típicos del pueblo, el arroz con costillas
En el primer fin de semana del año, los agalloneros revivieron la tradicional fiesta de las familias que siempre fue la matanza del cerdo en Tamajón. Después de despiezar convenientemente el cochino y de embutir los chorizos, los vecinos de Tamajón compartieron mesa y mantel y todos los platos típicos de la matanza, los pasados días 2 y 3 de enero.
Entonces, se echaron en adobo las costillas y otras partes del cerdo, mientras que las vueltas de chorizo, ya embutidas, quedaban colgadas para que se curasen convenientemente. Una vez ha pasado el periodo preceptivo para que macerara la carne en un caso y para que las longanizas curasen en el otro, los agalloneros volvieron a reunirse, para degustar la segunda e igualmente suculenta parte de la matanza.
De nuevo, el local social de Tamajón se convertía en el lugar en el que lugareños de diferentes generaciones compartían experiencias, al calor de la lumbre y con el menú típico del pueblo. Una decena de voluntarios se encargaba de que todo estuviera listo para cuando llegara la hora de la comida. Además del embutido, que adquirió el punto justo de condimento y maduración, los agalloneros compartieron un arroz caldoso con costillas.
Así era la fiesta de la matanza en Tamajón
La matanza del cerdo duraba tres o cuatro días de los inviernos agalloneros en cada familia. En primer lugar, los niños salían al campo a recoger 'aliagas' con las que quemar el vello del cerdo, una vez muerto el animal. Después del ritual de la matanza, propiamente dicho, vecinos y familia, descuartizaban al cochino, y le sacaban las vísceras, aprovechando toda la carne. Las tripas se lavaban en el Arroyo de las Damas, en la chorrera de la Piedra Blanca, que está en la camino de El Vado, o en la misma fuente de la Plaza Mayor, en unas pilas anejas que tenía, en las que el agua caía más caliente.
La noche anterior, se había picado la cebolla para hacer las morcillas, y el mismo día se le añadía el resto de los ingredientes para embutirlo todo después con la sangre del guarro. Primero se cocía el arroz en un caldero. Con el grano ya en su punto, se mezclaba con la cebolla picada y lavada del día anterior, con las especias al gusto y con la sangre en una artesa. Todo se introducía, con un embudo, en la tripa, en este caso correspondiente al intestino grueso del cerdo. Con el agua bien caliente, se cocían las morcillas, pinchándolas para quitar las burbujas de aire. Ya por la noche, se probaban por primera vez. Cuanto más recientes, más ricas. Era costumbre que los chicos hicieran una zambomba con la vejiga del cerdo.