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Pastrana recibió el mes de mayo en una noche preciosa en la que sobraba la chaqueta, y aún más en ocho placitas de la Villa Ducal donde los vecinos habían tejido otras tantas cruces, las Cruces de Mayo, en la que es Fiesta de Interés Turístico Provincial, y encendido hogueras para asar las viandas y cenar en unos casos, o para recibir la visita del resto de vecinos, de la Rondalla y de los dulzaineros en otros.
Históricamente, el canto de los mayos está unido a la celebración del Día de la Cruz, que corresponde exactamente el día 3 de mayo. Según la tradición católica, Santa Elena, madre del emperador romano Constantino, viajó a Tierra Santa para buscar la Cruz de Cristo. Lo logró después de excavar la tierra del Monte Calvario en una de las colinas cercanas a la ciudad de Jerusalén. Allí se descubrieron tres cruces, las de los ladrones Gestas y Dimas que acompañaron en su martirio a Jesús, y también la propia de Jesús. Dicen que la de Cristo obró el milagro de curar a un enfermo. Desde entonces, fueron muchos los peregrinos que, llegados a Tierra Santa, se llevaron como reliquia un trocito de aquella cruz, o lignum crucis. En la Colegiata de Pastrana se conservan varios pequeños fragmentos en torno a los que la villa ducal celebra la Fiesta de las Cruces de Mayo.
A lo largo de la tarde, los pastraneros se habían esmerado por vestir las cruces, que, excepto la de El Heruelo, la más antigua, fabricó la Escuela Taller de Pastrana, siendo alcalde Antonio Alegre, hace dos décadas, para cada barrio del pueblo que la solicitó. A eso de las once y media de la noche, terminando abril, ya se oía la música de las dulzainas por las calles del pueblo.
A lo largo de la tarde, los barrios de Pastrana habían hecho acopio de ornamento vegetal, al gusto de cada uno de ellos, y rosas y flores, para, entre todos los vecinos, vestir con el verde de las hojas y los colores de las flores, naturales y artificiales, compradas y robadas, su cruz. Cada comunidad se afanaba en la tarea, mientras caían las últimas luces del día, y los pájaros atronaban el cielo con su cantar de primavera. Alguna gota que se había escapado perfumaba, con el olor del agua recién caída, el que dulzor del polen del campo.
A la hora convenida, sobre el escenario, voluntarios locales habían ubicado en una de sus esquinas la bonita talla de la Inmaculada, adornada con flores a sus pies, que escuchó los 'Mayos' a la Virgen y a las mozas, pero no las coplas. Justo después de las campanadas de las doce de la noche, según el reloj de la Colegiata, el párroco local, Emilio Esteban, daba pie a la música de la Rondalla, con unas sencillas palabras. La Plaza del Ayuntamiento se había llenado de gente, que llegaba hasta allí siguiendo la estela de los gaiteros.
En primer lugar, la Rondalla, que integraron más de una veintena de músicos populares con laudes, bandurrias, guitarras, y sus voces sinceras, cantó los 'Mayos a la Virgen', cuya letra tiene origen desconocido. Los pastraneros la recuerdan siempre así, con esas mismas e invariables estrofas. Han llegado hasta nuestros días transmitidas de padres a hijos por tradición oral. Después, cantaron los 'Mayos a las Mozas', cuyo autor sí es bien conocido: Francisco de Cortijo (1910-1992), quien fuera cronista de Pastrana. Mientras sonaban los cánticos en la Plaza del Ayuntamiento, que luce su pancarta reivindicando una 'Alternativa a Zorita, contra la despoblación', voluntarios pastraneros repartieron limonada, la bebida típica de la fiesta, y los bollos, riquísimos, apilados en grandes bandejas. No quedó ninguno.
Al filo de las doce y media de la noche, la rondalla cambió las seguidillas por las jotas. La Rondalla cambió el tono monocorde de las coplas, por la gracia de los versos, inventados por el pueblo de Pastrana. Además de las típicas de hombres y mujeres, no faltaron las de contenido picante, cantados por unas y otros, ni tampoco las que hacían referencia a la actualidad más candente. Cada año estrenan alguna, que el público jalea con sus aplausos.
Pasada la una de la mañana, se iniciaba el recorrido por las ocho Cruces de Mayo. La ronda por las calles la encabezaba la música de los Dulzaineros de Guadalajara y miembros de la corporación municipal, incluido el alcalde de Pastrana, Ignacio Ranera, que antes había estado repartiendo limonada a los presentes.
La visita a las Cruces tiene un recorrido invariable. Empieza por una de las más cercanas a la Colegiata, la de Plaza de El Heruelo. Allí estaba Benjamín García Conde, uno de los vecinos que se había afanado en decorarla. Es la que llaman de la Villa, la más antigua de cuantas hay en la actualidad. Y era, y sigue siendo, la de Paco Clavel, a quien Pastrana echa de menos. Benjamín lamentaba que vaya quedando poca gente, y muy mayor, en el barrio, para vestir la Cruz, con hiedra, claveles y lirios. A pesar de ello, la Cruz de El Heruelo, lucía tan bella como siempre.
A continuación, en la del barrio de las Monjas, María Jabonero, explicaba que este año los vecinos la han decorado con flores naturales y con unos trocitos de raso, con lazos. Entre medias, margaritas, lirios y unos cuadros restaurados por ella misma. En un modesto altarcillo también lleno de reliquias religiosas, estaban la esencia y la palangana, para cepillar y perfumar el traje al forastero y pedirle su contribución a la fiesta. Hoy, en el barrio y en plena calle, se van a juntar a comer y cenar cerca de cuarenta personas.
En el Barrio del Regachal, Eugenia Pérez, contaba que este año, por motivo de cómo cae el puente, ha habido poca gente para vestir la Cruz. “Esta es una tradición de toda la vida, de siempre. Antes, ponían candiles colgados en la Cruz, y, al día siguiente, los cuadros”, contaba. La decoración y el abrigo vegetal de la cruz no faltaron tampoco este año. En todo caso, y a lo largo del día de hoy, festivo, el vecindario desayuna, come y cena junto.
En la Plaza del Altozano está hoy una de las más cruces más emblemáticas del pueblo. Alfredo Sánchez Cámara, portavoz de los vecinos, contaba que antiguamente, la Cruz permanecía todo el año sobre la fachada de la casa que la luce, naturalmente sin vestir, pero ahora, desde que se reformó, “la ponemos y quitamos cada año”. El barrio se organiza bien. Cada vecino cede sus reliquias familiares, saca sus recuerdos e imágenes, que se colocan alrededor de la Cruz. No falta detalle, con alfombras y velas que marcan el camino. Entre los objetos del altar, siempre hay manualidades de las monjas de clausura.
En lo algo de la calle de Los Rojos, frente a la fuente del mismo nombre, Lorenzo Jabonero también explicaba cómo el barrio hace la suya.
En la calle del Viento, que es la que se visita a continuación, destacaba la armonía y la alegría de los presentes. Ellos si se juntaron, ya anoche, para cenar, a la espalda de La Colegiata, como contaba Emilia Jimenez. En la lumbre, los vecinos asaban panceta morcilla y chorizos, regados con limonada, vino y cerveza. Hoy, están comiendo paella. “La Cruz la decoramos con flores, con plantas, una colcha mía, de novia, y unas sábanas. Los cuadros son de otra vecina. Hacemos rosquillas, de las de Pastrana y mantecados, que luego repartimos entre los vecinos y entre la gente que viene a cantarle a la Cruz. Lo pasamos en grande”, dice.
Al otro lado de la carretera de Guadalajara, está la Cruz del barrio del Albaicín. Los vecinos la hacen siempre en el mismo sitio, y preferentemente, la visten de laurel, además de flores, unos cuadros con la historia de la Cruz que, quien quiere, viene y lee, según contaba Raquel Ocaña.
Por último, en el barrio más nuevo, el de Fuenperemnal, se hace igualmente, en el mismo sitio, como fruto de la colaboración vecinal. Además, y como es la última que se visita en el recorrido, preparan una chocolatada para todos los vecinos de Pastrana. Este año la han vestido con ramas de olivo. “Hay que mantener la tradición y no dejarla perder. Pasaremos el testigo a los jóvenes”, decía Juan José Bermejo.