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Juan José García, un gallego de Madrid, enamorado de Tamajón
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Juan José García, un gallego de Madrid, enamorado de Tamajón

Ahora disfruta de la tranquilidad del pueblo, de los paseos por los alrededores, de dar de comer al gato callejero que le visita cada día, de las películas del oeste en televisión o de tomar el aperitivo a mediodía con su amigo Manolo, entre charlas amenas

sábado 17 de octubre de 2020, 12:45h
Juan José García Calvo, nació el 13 de diciembre de 1934 en La Coruña, aunque pronto se trasladaría a Madrid. Allí su padre trabajaba de cajero en uno de los almacenes que la compañía cinematográfica Universal, casa de películas de renombre, tenía en la mismísima Gran Vía, y desde donde se distribuían las cintas de celuloide a los cines. Cuando estalló la Guerra Civil, Juan José era solo un niño pero aún recuerda el sonido de las explosiones de las bombas sobre Madrid y como dejaban pequeñas nubes blancas en el cielo azul.

La crisis de la posguerra y la escasez de alimentos en la capital de España, hizo que su familia tomara la decisión de regresar a La Coruña en el año 1945. Juan José, que era el menor de cuatro hermanos, siendo las tres mayores chicas, recuerda con una sonrisa como ante la falta de medios de la época, cuando su madre no tenía calzoncillos que ponerle, aprovechaba las bragas de sus hermanas para que no fuera sin ropa interior.

Como muchos niños de su época, Juan José fue muy poco tiempo a la escuela tal cual la conocemos ahora. A su regreso a Madrid, una vez que la situación económica y social del país fue mejorando, su padre lo inscribió en el Colegio de la Paloma en Cuatro Caminos donde se formó en artes y oficios. Reconoce que fue muy mal estudiante y por eso su padre le buscó oficios de aprendiz: en un frutería en el mercado de San Miguel (Madrid), en una pastelería (donde se despidió después de darse un atracón con los pasteles que tenía que repartir porque no les dejaban comer ni los recortes), incluso en una fábrica de hielo.

El servicio militar lo llevó hasta Zaragoza donde juró bandera un 12 de octubre en la misma Plaza del Pilar. La disciplina castrense tampoco iba con su carácter rebelde, por lo que terminó cuidando de los mulos. Fue penalizado hasta siete veces a “pelarse”, como él dice, e incluso recuerda que un día le cortaron el pelo dos veces. Le mandaron cortárselo al cero, pero él lo hizo al uno. Cuando le vieron sus superiores, le obligaron a raparse por completo. También recuerda cómo se quedaba dormido en las guardias que le mandaban hacer con un fusil descargado. “La mili, no iba conmigo” cuenta entre risas. Cuando por fin lo licenciaron, su hermana le buscó trabajo en la empresa MZV, una de las que acometió la construcción del pantano de El Vado.

Juan José llegó a Tamajón en el año 1957, con tan solo 23 años. Durante el levantamiento de la presa, de lunes a viernes los trabajadores vivían en barracones. La vida allí era difícil. Por las noches, se jugaba a las cartas. Las apuestas, en ocasiones, acababan en reyertas.

Del duro trabajo, sin los medios mecánicos con los que se cuenta hoy en día, Juan José recuerda cómo cargaban el hormigón desde unas máquinas que se desplazaban por carriles hasta unas vagonetas arrastradas por mulos. En la presa ejerció diferentes oficios, hasta que en 1959 le hicieron mecánico. Ese mismo año tuvo un accidente laboral en el que perdió un dedo de la mano izquierda. Estaba engrasando una hormigonera, se soltó la correa y, por evitar un daño mayor, Juan José tiró de las cintas para frenarla, con tan mala fortuna que le aplastó la mano. Lo trasladaron al hospital de Guadalajara en un camión, nada de ambulancia. No pudieron salvarle el dedo.

Los fines de semana los trabajadores de la presa iban andando hasta Tamajón. Allí disfrutaban del baile, al son del organillo, con las chicas de la zona. “Había obreros procedentes de todas partes España, algunos muy graciosos, otros que cantaban, los había desertores… La gente de la zona nos conocía como carrilanos”, relata Juan José.

Fue entonces cuando conoció a Milagros, el amor de su vida. Ella tenía un bar en la parte baja de Tamajón, donde los obreros acudían a alternar. Para ver a su novia, los fines de semana, se quedaba en la posada. Por las tardes paseaban hasta la Ermita de la Virgen de los Enebrales. “Así eran los noviazgos entonces. Muy diferentes a lo que se vive ahora. No nos podíamos ni coger de la mano”, cuenta.

Juan José y Milagros se casaron en Madrid en el año 60, en la Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles en la calle Bravo Murillo, junto a la Glorieta de Cuatro Caminos, su barrio de toda la vida. Se quedaron a vivir en Madrid en el barrio de Usera donde nacieron sus cuatro hijos, Luis Daniel, Susana, Belén y Gloria. Con gran pena en el corazón, Juan José recuerda a su hijo Luis Daniel que con 40 años falleció en un accidente de tráfico.

Gracias a la recomendación de un buen amigo, lo contrató la empresa Dragados y Construcciones, en la que permaneció hasta su jubilación. El trabajo le llevó a viajar por toda España, e incluso al extranjero. Participó en la construcción de una presa en Argelia. Si los proyectos de obra eran de pocos meses viajaba sólo. Cuando los trabajos eran más duraderos, se desplazaba toda la familia. Así, la familia García Gamo residió en distintos lugares. Del que mejor recuerdo guarda Juan José es Santander, donde vivieron más de un año, mientras Juan José participaba en la construcción del Aeropuerto de Parayas, actual Aeropuerto Seve Ballesteros, el túnel de Guadarrama, la central térmica de As Pontes, la fábrica de Seat en Barcelona... Después de trabajar en Argelia, la empresa quiso trasladarle a Turquía, pero él se negó, dada la situación política de aquel país.

Juan José es un gran nadador y amante del agua. Con orgullo cuenta como participó en el rescate de tres personas. La primera en la mili, cuando uno de sus compañeros se atrevió con el Ebro sin saber nadar. El no dudó en lanzarse detrás y rescatarle. Durante su vida en Usera, disfrutaba llevando a sus hijos y a los amigos de éstos a la piscina. En una de sus visitas a la piscina salvó a un niño de morir ahogado por un despiste de su madre. El tercer rescate fue el de una mujer joven en el lago de la Casa de Campo de Madrid.

A los 58 años de edad, en 1992 la empresa le propuso acogerse a la jubilación anticipada. Después de una vida laboral dura y con muchos traslados, Juan José reunió a la familia para que le ayudaran a tomar una decisión. Ellos le animaron a aceptar la más que merecida jubilación.

Milagros y él se trasladaron entonces a Tamajón. Ella disfrutaba sobre todo de ir a la Iglesia y colaborar con la parroquia. Como Juan José dice, su maestra ha sido la vida y no le ha importado nunca echar una mano con su trabajo en las reparaciones de la ermita o ayudando a sus vecinos en pequeños arreglos de carpintería.

Juan José compró una casilla y junto a su hijo, la derribaron y levantaron desde los cimientos la casa en la que vive actualmente en Tamajón.

Ahora, a Madrid ya solo vuelve de visita. Su vida está en Tamajón. Cada una de sus tres hijas tiene un hijo, tres nietos ya mayores.

En Tamajón tiene su vida y a su mejor amigo, Manolo, “un tipo extraordinario”, dice. Él, junto con su familia y otras personas amigas, se han preocupado de que no le faltara la comida casera en ningún momento durante el confinamiento. A todos les está muy agradecido.

Juan José valora la familia y la amistad. Destrozado por la pérdida de su hijo, dice que no le quedaron lágrimas para llorar tras su pérdida. El año pasado también perdió a su mujer, a la que quería muchísimo.

Ahora disfruta de la tranquilidad del pueblo, de los paseos por los alrededores, de dar de comer al gato callejero que le visita cada día, de las películas del oeste en televisión o de tomar el aperitivo a mediodía con su amigo, entre charlas amenas.


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